Queridos pacientes,
Puedo ver en ustedes la preocupación, y también el miedo.
La pandemia por COVID-19 trastornó nuestras vidas, alteró rutinas y -lo peor- la relación con nuestras familias y amigos. No poder abrazar a hijos, nietos o padres, convierte al mundo en estos días en un lugar extraño, más hostil.
Pero quiero decirles que no son los únicos con esos sentimientos.
Hoy toda la población está perpleja, también la sana (salvo los inconscientes, que nunca faltan).
Incluso quienes ustedes menos pensaron -el personal sanitario y, nosotros, los médicos- no podemos disimular nuestros temores.
Se repite como un lugar común que este virus -que ha cobrado miles de víctimas en el planeta-, nos igualó a todos. Eso puede ser más o menos discutible, según la vereda desde dónde se mire.
Sobre lo que no tengo dudas es que son ustedes, los pacientes crónicos y con enfermedades oncológicas, quienes ahora poseen una gran ventaja. Sí, leyeron bien, muchos de quienes aparecen en las listas de los más vulnerables, están más y mejor preparados para resistir el otro gran peligro de la pandemia. Me refiero a la incertidumbre y el no saber qué hacer con el tiempo que hoy parece detenido.
Primero una confesión.
Como médicos, nunca realmente nos acostumbramos a batallar con la muerte, como muchos podrían pensar. Al comienzo, sin responsabilidades vitales, nos puede sobrar la empatía, como a todo joven bien intencionado con ganas de servir a los otros.
Pero llega un momento, en que a muchos no nos queda más remedio que endurecernos, y convertimos el delantal blanco en una especie de armadura que nos pone (ilusoriamente) en una categoría distinta a la del enfermo; al de esa persona sufriente que nos mira como si fuéramos seres todopoderosos (otra ilusión). No es nuestra culpa, sino una forma de defendernos, de poder seguir adelante.
Hasta que envejecemos y, entonces, esa mascarada, esa careta, se nos cae y nos volvemos igual de vulnerables. Nos reconocemos de una forma feroz en el paciente porque ya perdimos el miedo al fracaso, y podemos ponernos en su lugar, con sus miedos y padecimientos, sin un traje que nos blinde.
Pues bien, algo parecido ocurre ahora mismo con el COVID-19, donde ya sabemos que los delantales blancos y las mascarillas más sofisticadas no nos libran de contagiarnos y morir. Ya son cientos los colegas del mundo que han partido por culpa del virus y aquí mismo, en Chile, conozco a varios que se fueron. Esto lo escribo con dolor y con la misma incertidumbre que sienten ustedes. Cuando en estos días me encuentro con otro médico que está en la primera línea -o en la segunda o la tercera- adivino el temor en sus ojos.
Esta enfermedad nos vuelve a poner en nuestro lugar de mortales. Y a ustedes, queridos pacientes, en una posición de ventaja, porque aprendieron antes que nosotros que la vida es incierta y que nadie la tiene comprada; que no hay un gran futuro, sino pequeños y lindos momentos presentes que atesorar; que en la vida no hay tiempo que perder en tonterías, ni tampoco resentimientos que valga la pena guardar. Ustedes sabían desde antes lo que es ser humildes y no sentirse dueños del destino. Conocen las prioridades, valoran las cosas simples, saben dónde hay que poner las energías.
Por eso mi llamado es a la tranquilidad.
No todos los tratamientos oncológicos, por fortuna, son urgentes y lo que necesitan es seguir las instrucciones que se le pide a la población general.
En nuestro centro médico, de lo único que debemos en realidad preocuparnos es de que no haya contagios, y para eso tenemos el más estricto de los protocolos que invitamos a respetar: venir sólo lo necesario (ojalá sin acompañantes o a lo más uno), mantener la distancia social, no asistir a lugares con aglomeraciones. Aquí, a la entrada, tomamos la temperatura a cada persona que ingresa (paciente, acompañante o colaborador), hacemos un cuestionario para medir la probabilidad de infección y tenemos la obligación de reportar cualquier caso sospechoso a la autoridad sanitaria (hasta ahora ninguno). Nuestro personal cuenta con todo el equipo de seguridad necesario y tenemos más energía que nunca para seguir tomando exámenes de imágenes que pueden definir cuál es el mejor de los tratamientos. Y para quienes están en terapia con radiofármacos, la buena noticia es que -aunque los vuelos que los traen desde Europa están suspendidos- pueden esperar tranquilos porque no hay urgencias.
Los invito a sentirse más fuertes que nunca porque son ustedes, quienes recibieron un diagnóstico de cáncer, los verdaderos expertos en sobrellevar con sabiduría un momento como el que enfrentamos.
Fuente: CancerLATAM, 27 de abril de 2020